viernes, 13 de noviembre de 2020

La ley de la vaca en las películas del Oeste

 El otro día, empotrado en el sofá, dejé que entrara por las córneas una película de John Wayne a la que yo le tenía cierta tirria, Los cowboys (1972) de Mark Rydell. 

Va de que el amigo Wayne ya es demasiado viejuno y tiene que llevar unas vacas a otro poblaco para venderlas pero no tiene vaqueros que le ayuden porque se ha declarado una fiebre del oro y se han pirado todos a ver si sacaban alguna pepita... Total, que al final el pájaro se lleva de vaqueros a los chavalucos de la escuela. Es una peli de éstas de educar a los jovenzuelos y cosas de ésas. Entre el personaje de Wayne y el cocinero acaban enseñandole las cosas importantes de la vida a los chavales. Y entremedio torturan alguna vaca con eso del hierro ardiente y tal. La diversión habitual del lugar.

A mí no me gustaba porque les persiguen unos cuatreros psicópatas encabezados por el padre de la Almirante Holdo que les putean cosa mala. Aquí abajo le tienen ustedes, le falta el pelo de color morado.

No les cuento más porque si no la han visto se la destripo, pero vamos que al final no estaba tan mal como yo creía. Se da una circunstancia al final que sí me gustó y es que los chavales van y se vengan a lo bestia de esa panda de hijos de puta. 

El caso es que di con una ley no escrita, personal y quizá transferible de las películas del Oeste a saber: "El interés de una película del Oeste es inversamente proporcional al número de vacas que aparezcan en ella". Vamos que si salen muchas vacas a mí me parece un tostón la película. Pasa como en Río Rojo (1948) de Howard Hawks una película muy buena pero que a mí me rechina. 

La mejor parte es al principio con el ataque de los indios pero luego empiezan a salir vacas. Uno le roba las vacas a otro. Vaca por aquí, vaca por allí. Total que entre tanta vaca al final hay un "duelus interruptus" y ni tiros, ni muertos ni Cristo que lo fundó. Lo que viene siendo un gatillazo. Si es que las vacas tienen mucho peligro. Y luego hay engendros abominables como Una dama entre vaqueros (1966) de Andrew McLaglen que ya directamente es un petardo infumable. 

Claro, ponen de protagonista a un toro, inglés para más señas, y a dos señoras que lo van paseando por el Oeste a ver si le encuentran una novia. Para más Inri el toro en cuestión carece de cuernos (no como el Rey Arturo) y no se lo quiere comprar ni el tato. Maravillosa, oiga. O por lo menos esa es la idea que tengo de ella. Creo que nunca la he visto entera. Me he resistido siempre. Así que ya saben, si ven muchas vacas en una película del Oeste desconfíen de ella. Es como las películas de alienígenas buenos... Un jodido petardo. Espero que las vacas puedan perdonarme algún día... 

No hay comentarios:

Publicar un comentario